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Ayer decía:
El que tiendan a relegarse a sí mismos o el que al enfrentarse con una dificultad muestren una mentalidad de pasión contenida y de sobriedad agresiva se debe, posiblemente, a que al mismo tiempo que desean algo desde el fondo de su ser y mantienen obstinada y permanentemente ese deseo, son capaces de retirarse desinteresadamente y dejar la realización de ese deseo a sus sucesores.
Ahondemos entonces en el concepto de vida y muerte en la cultura japonesa.
La esencia de la vida se expresa únicamente en la transformación de las cosas y sólo puede consumarse en una transmutación y ascensión del hombre. Sólo puede consumar y dar un sentido recto a la vida una actitud en la que el hombre no conceptúe a la vida como un objeto, sino como algo con lo que se compenetra totalmente, algo que supera toda antinomia y acepta el destino, que hermana a la vida con la muerte.
El japonés es humano y como tal siente y padece las vicisitudes e inclemencias de la vida y del tiempo. No son superhéroes
El japonés ama la vida, siente con satisfacción el poder y la posesion, enferma y como no puede ser de otra manera, muere.
Pero la diferencia estriba en que no se aferra a las posesiones, ni se queja de las pérdidas…
Para la mirada cultural de un japonés resulta de una gran inmadurez y falta de cultura no sólo expresión de lo anterior, si no padecer con los sufrimientos, amargarse con el paso de los años, querer olvidarse de la muerte o engañar el destino y luchar denodadamente contra esa ley de la vida que es el paso del tiempo.
No es mi deseo que en estos comentarios ilustrativos camino del haiku veáis una comparación ni para bien ni para mal tanto de la cultura japonesa ni la europea. Cada uno decide los aspectos vitales que le sean más propicios para pasar por la vida con la mayor de las suertes, en cualquier caso.
La cultura oriental es una cultura de la vida anterior, en la que el hombre acepta la coexistencia con sus fuerzas peligrosas, se somete a la ley eficaz de los cambios y aspira a la perfección, compenetrándose con la unidad vital, manifestada en esa misma ley la transitoriedad es algo inevitable. La impermanencia, lo efímero de la vida, cualquier vida desde la flor hasta las mareas, todo confluye en ese manifestación de la unidad vital.
Nuestras vidas son los rios que van a dar a la mar, que es el morir.
Y señalé:
Los japoneses no utilizan, en general ni el pronombre personal ni ninguna indicación verbal para señalarse a sí mismos. El que tiendan a relegarse a sí mismos o el que al enfrentarse con una dificultad muestren una mentalidad de pasión contenida y de sobriedad agresiva se debe, posiblemente, a que al mismo tiempo que desean algo desde el fondo de su ser y mantienen obstinada y permanentemente ese deseo, son capaces de retirarse desinteresadamente y dejar la realización de ese deseo a sus sucesores.
Los japoneses están, ciertamente, acostumbrados a dar su vida por la nación o la familia conceptos muy tradicionales y transmitidos de generación en generación.
En el Hagakure (Las hojas ocultas), que se convirtió en una especie de “manual del guerrero” samurai en esa época, se dice que “el camino del guerrero consiste en afrontar la muerte. Ante la alternativa, el camino más rápido es la muerte. Esto no es nada difícil. Actúa con determinación y avanza…“
Es lógico que el apego a la vida produzca el miedo a perderla.
Si uno se quita el apego a la vida entonces el miedo desaparece, y puede comenzar a vivir a fondo.
Sea de ello lo que sea, lo cierto es que en dicha actitud se presiente la presencia del Zen, y que ahí se percibe, oscuramente, el peso de la tradición japonesa con su inclinación a una comunión entre la vida y la muerte.
La postura del Zen consiste en superar, como se ve en el ejemplo de Buda, la vida y la muerte; desprenderse de ese apego. Y el camino hacia esa superación consiste en lo que Doogen (1200-1253) llama “sentarse simplemente” (Shikan taza), es decir, sentarse en la postura adecuada, regular la respiración, y controlar la mente. Esta actitud es, sin duda, una a la que también los guerreros prestaron asentimiento.
Actualmente Japón se puede decir con toda franqueza, y aún a riesgo de simplificar, que ya no es una sociedad de tipo agrícola que depende totalmente del clima, y se nota una gran sensibilidad hacia la racionalidad, y un despertar de la subjetividad y la libertad. Es algo así como un separarse del seno materno. De aquí que el japonés actual, aunque inconscientemente, siga buscando en el patrimonio popular tradicional, no sólo desde el punto de vista de la psicología individual sino también desde el aspecto del carácter social, es decir, de aquello que hay en común en la estructura de carácter de la mayoría de los miembros de la comunidad. Trata de encontrar una visión de la vida y la muerte que tenga relación con su momento histórico y que dé sentido a su vida.
Así pues para resumir, la visión japonesa tradicional de la vida y de la muerte se aprecia:
- la existencia y unidad de los opuestos y su aceptación en esta cultura de vida anterior.
-desapego no sólo a los bienes materiales si no a la propia vida que se unen en el camino hacia la superación a través de una “actitud de espíritu”
-la creencia por tanto en la reencarnación mediante la entrega al voto incondicional a Buda de la misma manera que el cristiano puede creer en la salvación de Jesucristo.
EL haiku evidencia lo peor y lo mejor de la vida, atestigua el paso del tiempo en cada estación del año, en cada amanecer. El haiku es unidad. Unidad con la naturaleza y con el ser humano.
Unidad y actitud de espíritu es lo que en principio se necesitaría en el arte de contemplar.
Pero de esto ya hablaré otro día.
Os dejo con un haiku donde ilustro este comentario por supuesto no explícitamente. ¿Qué actitud de espíritu te guía para poder “intuirlo”?
viejas las manos
para coger la azada.
hora del alba.
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